En medio de la polvareda digital levantada por el cierre de Megaupload – mientras “por pura coincidencia” el Congreso de Estados Unidos debatía sobre la SOPA y la PIPA – me he preguntado por qué la mayoría, o somos piratas, o amamos la piratería.
Y sólo tengo que mirar a mi alrededor para responderme: Cuando camino por las calles de mi querida Habana, cada dos o tres portales, me encuentro desde improvisadas tarimas, hasta sofisticados puestos que me ofrecen películas, series y discos musicales, por el increíble precio de 25 pesos o 1 CUC, poco más de un dólar. Para el ingreso promedio de la familia cubana el pagar más sería un disparate.
Pero, aunque algunos pudieran escandalizarse con precios tan irrisorios, otros aún los consideramos elevados, porque no concebimos tener que pagar por aquello que podemos obtener gratis. ¿Qué necesidad real existe de pagar el entretenimiento cuando un amigo cualquiera te puede descargar la película que deseas sin costo, o un colega de trabajo te puede copiar en una memoria flash la música que te gusta? Les soy sincero, pienso que ninguna.
Sé que muchos artistas, incluso en nuestro país, se rasgan las vestiduras por el copyright y no los culpo, a fin de cuentas ese es su negocio. Ellos necesitan vivir del producto de su trabajo como cualquier otra persona. Y si el consumidor puede obtener gratis lo que desea, entonces de qué van a vivir los de la industria cultural. Mirando el problema desde esa arista, hasta podemos apoyar la SOPA y la PIPA y sentirnos culpables. Mas, la realidad es completamente distinta: Resulta que aquellos que defienden la supuesta moralidad del copyright ya están nadando en dinero y su único interés es lograr ahogarse en él.
¿Por qué considerar que es justo pagar precios onerosos por productos culturales que deberían ser gratis? ¿Alguien se imagina ser multado por bajarse, por ejemplo, una canción de Silvio Rodríguez? Con los productos culturales debe existir una política que defienda a las mayorías y no a los que lucran con las mayorías. Mientras se tienda a lo contrario, la piratería será al menos justificable, y los piratas serán vistos como gente chévere.
Es cierto que por culpa de la piratería los dueños de los derechos del producto cultural pierden dinero; pero también es real que ésta facilita la distribución de sus obras y las hace llegar a un público mucho más diverso, que de lo contrario jamás podría entrar en contacto con su contenido. La piratería representa una forma de publicidad masiva por la cual los dueños de la propiedad intelectual no pagan un centavo. De esa forma el Reggaetón se ha convertido en Cuba en un fenómeno de masas que cuenta con centenares de miles de seguidores que nunca han comprado un disco de forma legal; pero que sí asisten a conciertos, discotecas, y compran ropas, cintos y postalitas de Daddy Yankee y Don Omar, dos ídolos foráneos, que de no ser por obra y gracia de la piratería, serían perfectos desconocidos aquí.
La piratería nos permite como consumidores ser soberanos y desprendernos de la agobiante tiranía de los medios. Por ella, y gracias a ella, nos vemos libres en muchas ocasiones de la pesada carga de comerciales, propaganda, y material indeseable, que nos imponen en la televisión abierta y en no pocos DVDs originales. Estos últimos son notablemente caros y una vez vistos sólo nos queda la opción de guardarlos para cuando pasen los años deshacernos de ellos, ya que no sirven para nada porque el formato de reproducción cambio y el contenido ya lo pasan en la televisión todos los días.
Los piratas de hoy, al igual que los bucaneros de antaño que se burlaban de las autoridades de tierra firme, sólo reaccionan ante el monopolio de los poderosos. Ellos satisfacen la necesidad de las masas de consumir determinados productos culturales que no están al alcance de todos; ellos practican un “comercio de rescate” que, aunque los mantiene al margen de la ley, los hace simpáticos e imprescindibles.
1 comentario
… Ahora no sé ni lo que estoy leyendo. Por una parte veo una defensa al derecho de autor, pero si resumo… me da cierto sabor a que este artículo apuesta por una “piratería sana”.
Es la vieja historia del bueno y el malo, del Robin Hood que se convierte en héroe ante los ojos del público cuando en realidad no era más que un ladrón. Si estuvieras del lado de los malos, Robin es un villano muy malo y si estás del lado de los buenos… pues es un héroe sin par. Creo que todo depende del punto de vista desde donde mires.
Como cubano conozco que dentro de nuestra isla, eso del copyright (derecho de autor) no es más que una palabrita que todos colocamos para hacer parecer que nuestros productos son originales y están apoyados por “alguien” que los evaluó y concluyó que eran de calidad y que valían la pena que alguien los respetara y pagara por ello (disculpen tantas Y).
Toda mi vida me la he pasado creando cosas en las PC’s… desde pequeños jueguitos de video, hasta presentaciones multimedia, etc. ¿Saben cuántas están oficialmente registradas en el Centro Nacional de Derecho de Autor (CENDA)? ¡Pues sólo una! ¿Por qué? Pues porque de nada vale (siendo honestísimo) hacer el trámite que incluye ir a la capital del país, pagar los impuestos y luego ver que cualquiera tiene (con suerte) una copia del producto en su casa y nada pasa. O peor aún, que hasta te lo distribuyen en un disco duro por toda la isla y no te vienen ni a ver para que les des permiso.
No saben cuántas veces me he mirado el bolsillo y he dicho: Si te pagaran, al menos 1 peso cubano por todo lo que has hecho, ahora no tendrías que preguntarte cuántos días faltan para que paguen en tu trabajo.
Entonces, no puedo estar de acuerdo contigo en este artículo. Para que lo veas desde el punto de vista personal… imagina que todo el trabajo que haces no te lo pagan. Que vives para complacer los intereses de los demás y que nadie (incluyo al gobierno) te pague por hacer lo que haces. ¿De qué vivirías?
Está bien hacer caridad de vez en cuando para mantener el espíritu socialista, pero la remuneración por tu trabajo tiene que existir.
En el caso de los artistas… o más filtrado, de los músicos/cantantes. Su trabajo es cantar. Y te juro que llegar a hacer un Demo (single, sencillo, disco de muestra) implica una suma de dinero nada despreciable, incluso aunque el estudio de grabación sea improvisado o pirata. Ese pobre hombre o mujer tuvo de reunir (no quiero imaginarme cómo) esa cantidad de dinero para invertirla en su carrera… con la esperanza de que luego, alguna disquera le grabe un disco y con muy buena suerte no se destiña su carátula en las vitrinas de una tienda de discos o sucursal de ARTEX.
Yo digo NO A LA PIRATERIA aunque me tenga que considerar un pirata por no tener dinero para pagar por los programas que uso.
Pero hasta eso he tratado de solucionar intercambiando las pocas cosas que he hecho por números de series reales enviados por los dueños de los productos. Y otras veces he tenido que hacer como Robin Hood y regalar mis productos para no sentirme tan pirata. ¿Pero y mi tiempo y recursos quién me los paga? No me queda otra que parafrasear al personaje de “Estherbina” y preguntarme: ¿Entonces… cómo quedo yo?